​Como Congregación nos gozamos en celebrar el triduo de la Preciosa Sangre. Durante este día miércoles, jueves y viernes del mes de junio, oramos, reflexionamos y nos alegramos desde nuestra Espiritualidad en la cual este año hemos querido contemplar el rostro maternal, amoroso y alegre de María. Cada uno de estos días, desde las Sagradas Escrituras nos dejaremos acompañar por María en motivo de gozo y agradecimiento por ser siempre la mejor compañera y discípula desde nuestra Espiritualidad. Es ella realmente ese Cáliz de vida para su hijo y para la Iglesia.

En este día contemplamos el relato de la ANUNCIACIÓN. “Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho. (Lc 1, 38)

María en este texto le pregunta al Ángel, pero en el fondo le pregunta a Dios. Esto no quiere decir que falta el respeto a Dios, sino que desde su asombro no entiende cómo puede ser esto posible. Esta confianza de María con el Padre, va a ser el comienzo de una hermosa historia de amor, historia que va a tener de gozo y de sufrimiento. Quién estaba con el hijo amado en la cruz, es la Madre. María es fundamental en esta alianza de amor en la cual su hijo va a estar en el centro de esta relación amorosa.

El de María sin duda llena de gozo a Dios, y nos muestra la confianza del Padre con nosotros, con nosotras. Es ella quien desde su juventud nos enseña a colocar la confianza en los designios de Dios, que muchas veces no los entendemos. María pregunta y asume la voluntad de Dios, sin duda con muchas preguntas, humanamente con algún miedo, pero esto lo supo llevar en su vida y gozarse del regalo de ser la misma Madre de Dios. María puede decir que la Preciosa Sangre de su hijo amado, es también su propia sangre. Es ella quien puede decirlo con propiedad.

Que hermosa resulta esta reflexión, que la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, también resulta ser la de la Madre. El primer y santo cáliz de la Sangre Preciosa de nuestro Señor, va a ser María, en ella la nueva vida se plasma en el amor infinito de Dios y se sella para siempre esta alianza nueva y eterna. Siempre debemos mirar a María como mujer, madre y esposa, que celebra en una boda y que llora en la cruz. Esto nos lleva a sentirnos más cerca de ella, ya que nuestra vida también se plasma de gozo y tristeza, triunfos y fracasos.

Dejémonos gozar con María, reconozcámosla como ese cáliz hermoso que se nos ofrece para beber de esa Sangre Preciosa

En este día jueves nos seguimos gozando como Congregación al seguir reflexionando y contemplando a nuestra Madre como cáliz de vida. Hoy lo hacemos bajo el texto del NACIMIENTO DE JESÚS. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre”. (Lc 2, 16)

Seguimos con la dicha de María en su corazón de ser Madre de este niño que es tan esperado para la historia de la salvación. El Ángel del Señor nuevamente aparece en esta instancia, y nuevamente llena de asombro a aquellos a quienes se les aparece. Seguimos con esa actitud de asombro ante la presencia de Dios y seguimos ante tanta pregunta frente a lo que estaba pasando más allá del nacimiento, ¿Qué significaría este niño para la humanidad? Reflexionemos sobre esta frase: Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. (Lc 2, 19)

Que hermosa y madura actitud de María frente a su hijo, frente a lo que señalaban quienes llegaban a saludarlo. María solo escuchaba sobre las maravillas de Dios, y nos podemos imaginar cómo contemplaba con esa mirada de una Madre a su hijo. Conservaba estas cosas para llenarse de Dios y en su humanidad entendiendo el gran regalo de ser Madre del mismo Dios. Pero a la vez la gran responsabilidad que esto conlleva. Meditaba todo esto en su corazón, ante la grandeza de Dios que la sobrepasaba en entender ser parte de esta historia de amor y salvación. Acá María, se convierte en cáliz de vida que comienza a dar de beber a este pequeño en acompañarlo, protegerlo, enseñarlo y mimarlo en su crecimiento. Se convierte en aquella persona que Jesús siempre va a tener a su lado, que desde la sonrisa y el llanto será parte de su vida hasta la cruz. En el acontecimiento de una nueva vida, la sangre está presente como signo de amor, de alegría, y esto María también lo quiere para su Iglesia, siempre dando vida en aquellos y aquellas que se sienten tan cerca de ella.

Es en María donde estamos llamados a descubrir el gozo y alegría de ser hijos e hijas amadas por el Padre, de ser hermanos del Señor y amigos de Dios.  Es por ella que podemos contemplar el rostro de Dios, y sin duda también poder contemplar su propio rostro. Es por ella que la Iglesia nunca debe perder la alegría de ser llamados y llamadas a caminar como ella un día lo hizo junto a su hijo. Es en su juventud, su vida y corazón donde nos gozamos de sabernos sus hijos.

Hoy llegamos al último día de este triduo de la Preciosa Sangre. Estos días hemos pedido a Dios abrir nuestro corazón para dejar entrar a su Madre en nuestras vidas. A esta mujer que desde su fragilidad y fortaleza nos va acompañando en el caminar de la Iglesia. Finalizamos nuestra reflexión con el texto de LA BODA DE CANÁ. «No tienen vino.» (Jn 2, 3)

Con esta frase en el evangelio de San Juan, María muestra preocupación por sus hijos e hijas. Ella, que era invitada a esta celebración, se preocupa y se lo hace saber a su hijo. La confianza de María sobre su hijo, nos lleva a reflexionar, cuánto lo conocía, cuánto lo amaba. Es hermoso este relato ya que en la alegría del compartir y ser testigos de esta alianza entre un hombre y una mujer, se realiza la primera señal milagrosa como se señala en el evangelio. María y su hijo también serán parte de la alianza nueva y eterna, que se sellara con la Preciosa Sangre de Nuestro Señor impregnada en la cruz. «Hagan lo que él les diga.» (Jn 2, 5)

Con este mandato de María a aquellos que estaban en la boda, nos da una gran catequesis, es decir desde sus propios labios nos enseña como ningún y ninguna catequista lo puede hacer. No es solo lo que señala, sino la fe y confianza con que lo hace. Escucharlo de los labios de la propia Madre, tiene un sonido y significado especial. ¿Quién mejor conoce al hijo?, la propia Madre. Y si ella nos llama a hacer lo que Él nos diga, es porque está consciente y segura que es el camino, la verdad y la vida.

A veces podemos pensar y vivir la fe cristiana de manera tan sería, tan formal, tan apagada, y los relatos evangélicos nos muestran que la alegría de la vida en una instancia de fiesta, también es presencia de Dios. Sino, miremos donde se relata la primera señal milagrosa de Jesús, en una boda. No negamos que María también sufrió y padeció con su hijo, pero rescatar sus momentos de gozo y dicha como mujer, esposa y madre, nos debe llevar a vivir nuestra fe y caminar con Dios de manera alegre y agradecida.

En estos tiempos actuales ¿Cuánto falta mostrar una sociedad alegre, una familia alegre, una Iglesia alegre? El correr de la vida nos puede llevar a la monotonía, correr en hacer tantas cosas y no disfrutarlas. Gocémonos con María como cáliz de alegría.

Abramos nuestra vida, nuestro corazón a la alegría de tener como Madre a María, y siempre mirar desde su vida, la alegría de saberse amada al igual que nosotros, nosotras por Dios.