En este Viernes Santo, se nos invita a vivirlo en la contemplación del sacrificio, el dolor y la aflicción, pero, sobre todo, desde el amor y la entrega de un hombre que siendo Dios carga con nuestras propias cruces. Jesús, en su Preciosa Sangre, nos muestra el camino hacia la salvación, hacia la amistad perpetua con Dios. En su camino al calvario, Jesús nos muestra la esencia de la vida cristiana.

Aunque es común decir “estoy cargando mi cruz” en referencia a momentos de dolor o sufrimiento, Jesús nos enseña a permitir que otros nos ayuden a cargarla, a reconocer nuestra pequeñez y debilidad cuando no podemos solos. Incluso Jesús, siendo Dios, aceptó la ayuda de un hombre para cargar su cruz, mostrando así su humildad en su humanidad.

En la Cruz, Jesús nos deja a su madre como nuestra propia madre. No nos abandona, sino que nos invita a recibirla con los brazos abiertos y a sentir en su pecho el abrazo de una madre que cuida de sus hijos. Este día está marcado por el dolor, la muerte, la injusticia y la cruz, donde se nos invita a contemplar al Señor como nuestro único salvador.

Nuestra espiritualidad presente en estos días nos muestra el camino del cristiano al reconocer el sacrificio de un hombre por los demás. Siguiendo las huellas de Madre María Magdalena, al acompañar al Señor en su camino al calvario, comprendemos que es Él quien carga nuestras cruces y nos anima a hacer lo mismo en la vida. Observemos a Madre María Magdalena, quien desde la Cruz descubre su misión en la vida y en el trato con los demás. Sigamos su ejemplo y hagamos de este día una gran oración al contemplar al Señor derramando su Preciosa Sangre.

Que este día no pase en vano; aprendamos a valorar el don de la vida y a reconocer dónde clama la Sangre del Señor en nuestra realidad actual, en nuestras vidas, familias, país y mundo. Reflexionemos sobre cuántas veces hemos sido sangre que da vida al ayudar, animar, acompañar, orar y ser cálices de vida para otros. Pero también reflexionemos sobre cuántas veces hemos dado testimonio no precisamente de vida, en la envidia, la falta de perdón, el deseo del mal, el orgullo y otras actitudes que con vergüenza ante Dios podemos reconocer.

Desde la Cruz, el Señor nos invita a entregar todo esto. Su sacrificio es para vencer la muerte junto a Él, para caminar en la luz de su Palabra y su compañía. Nada de lo que vivió y sufrió Nuestro Señor Jesús en este día fue en vano; todo fue por amor a ti, a mí, a todos nosotros.