Aleluya, el Señor ha resucitado; ya no se encuentra en el sepulcro. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Quién puede entender esto? La verdad es que este hecho nos sobrepasa en su totalidad; incluso después de 2.000 años, solo podemos vivirlo con la alegría que nos brinda el don de la fe. Los evangelios nos narran la escena de la incredulidad de las mujeres que acudieron al sepulcro. No comprendían nada hasta que el Señor se les apareció y las envió en misión; así, ellas se convirtieron en las primeras misioneras que llevaron la gran noticia de la resurrección. Hoy en día, gracias a los avances en los estudios teológicos, podemos aportar más a este maravilloso hecho; podemos comprender, hasta cierto punto, lo que realmente nos narran los evangelios. Sin embargo, imaginemos las emociones que inundarían los corazones de esas mujeres, de los discípulos y de todos los presentes en ese momento.

En este día, se nos invita a disfrutar plenamente de esta realidad, a llenarnos de emociones de alegría y dicha, a sentirnos verdaderamente amados por Dios. Hoy, permitámonos ser acariciados por Dios, porque en su resurrección, el Señor ha vencido a la muerte. Siguiendo las huellas de Jesús, Madre María Magdalena Guerrero, al igual que las mujeres que fueron al sepulcro, fue una misionera de nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre. Ella corrió a anunciar a los demás que, gracias al sacrificio en la cruz y a la Preciosa Sangre de Nuestro Señor, nos convertimos en amados de Dios, y que la vida ha triunfado sobre la muerte, y la gracia de Dios ha vencido al pecado.

Imaginemos con qué felicidad Madre María Magdalena salió a proclamar esto. Siguiendo sus huellas, salgamos nosotros también como portadores de la Buena Nueva: “¡El Señor ha resucitado!”. Nuestro Padre bueno ha cumplido su promesa de no dejarnos solos. Que esta alegría, esta buena noticia, nos haga verdaderamente agradecidos ante Dios. Esto debe reflejarse en nuestro deseo diario de ser mejores cristianos, en pedir la gracia de Dios para mejorar cada día, y en permitir que Dios nos moldee con sencillez y humildad.

No permitamos que el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo sea en vano. No celebremos simplemente la resurrección del Señor; debemos avanzar como sociedad, Iglesia y familias para ser mejores. Desde nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre, hoy somos enviados a anunciar que la vida y el amor han triunfado, y a creer siempre en la Palabra de Dios en nuestras vidas. Permitámonos ser siempre sorprendidos por Dios, como lo fueron las mujeres al llegar al sepulcro.

¡Feliz Pascua de Resurrección!