Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, en la que pedimos su asistencia y compañía en nuestro caminar y en el peregrinar de nuestra Iglesia. El evangelio de San Juan, en el capítulo veinte, señala que los discípulos, después de la muerte y resurrección de Jesús, estaban reunidos con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces, llegó Jesús, los saludó y los envió a la misión, diciéndoles: “Reciban el Espíritu Santo”. Este hecho tan humano de inmovilizarnos por temor lo vemos recurrentemente en nuestras vidas. El miedo paraliza, no nos deja actuar, nos llena de dudas y preguntas, y muchas veces quedamos a medio camino en nuestro actuar, en seguir nuestros sueños y en ser felices. Es aquí donde Dios cumple su palabra de nunca dejarnos solos, de siempre animar a su Iglesia, de llenarnos de su Espíritu de amor que nos debe llevar a vivir de manera alegre.

Desde nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre, tenemos mucho en común con esta escena del evangelio. Estamos llamados a ser discípulos valientes en proclamar el amor de Dios, en defender los valores cristianos que nos llevan a ser libres y felices en la vida. Hoy se nos invita a salir, misionar, hablar de Dios y testimoniar con actos de bondad la presencia de Dios en nuestra tierra. De esto trata nuestra Espiritualidad: de ser valientes, sin miedo a cambiar una sociedad donde, a veces, no tiene cabida Dios.

Siguiendo las huellas de la Madre María Magdalena Guerrero, podemos descubrir en esta mujer, en esta religiosa, que a pesar de sus temores, flaquezas y errores, siguió adelante caminando junto al Señor. Ella va tras sus huellas, y esto la hace su compañera enamorada de su ser de “Hijo de Dios”. Mirémosla a ella en esta fiesta de Pentecostés. Es el Espíritu Santo quien la socorre en ver las necesidades de su tiempo para ir en ayuda de ellas. Escuchó el grito de la Sangre en su vida religiosa y en la sociedad.

¿Cuáles son las necesidades de nuestra sociedad? ¿Dónde grita la Sangre en tu familia? Es aquí donde estamos llamados a escuchar y atender las necesidades de tantos y tantas que viven bajo el flagelo de la violencia, la falta de dignidad, la desigualdad y la pobreza. Miremos nuestros barrios, nuestros trabajos, nuestro círculo más íntimo, y seamos realmente discípulos en el amor, el respeto y la reconciliación, en pequeños actos y gestos con los demás. Pentecostés trata de la alegría de contar siempre con Dios. Hagamos de nuestra Espiritualidad una instancia de misión. Salgamos a peregrinar tras las huellas del Señor, como lo hizo un día la Madre María Magdalena Guerrero.