Hoy celebramos una de las devociones más significativas de nuestra Iglesia: la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Esta tradición tiene sus raíces en los primeros tiempos del cristianismo, cuando se meditaba en el costado abierto de Jesús, de donde brotaron sangre y agua. Desde entonces, el Corazón de Jesús se ha comprendido como el centro del amor de Dios hacia la humanidad.

Esta devoción nos recuerda el núcleo de nuestra vida de fe y de la Iglesia misma: el amor inmenso que Dios nos tiene y el amor que nosotros estamos llamados a devolverle. Jesús tiene un corazón que ama sin medida, y sufre cuando ese amor no es correspondido. Este amor no correspondido nos interpela desde nuestra libertad y nos invita a hacer de Él el centro de nuestra vida, en todo ámbito y contexto.

La liturgia de hoy nos presenta la parábola del pastor que pierde una oveja y, dejando a las noventa y nueve, sale en su búsqueda hasta encontrarla. La carga sobre sus hombros y vuelve lleno de alegría. Reconocer al Señor como nuestro pastor no es solo una declaración de fe y confianza; es también un compromiso. Cuando tantos hermanos y hermanas se sienten perdidos o abandonados, no podemos permanecer indiferentes. Nuestra espiritualidad nos impulsa a salir, a buscar, a acoger, a reflejar el amor del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas.

Esta entrega total del Buen Pastor se hace visible en el derramamiento de su Sangre Preciosa, cumplimiento de la promesa de Dios, por la cual nos convertimos en sus hijas e hijos amados. Desde su corazón traspasado brotan sangre y agua: lo divino y lo humano se entrelazan para dar vida a la Iglesia y a cada uno de sus miembros. Es Dios mismo quien actúa en nosotros y nos llama a vivir agradecidos por su amor, rico en misericordia.

Esta devoción al Sagrado Corazón nos invita a reconocer, a través de la Preciosa Sangre, el amor empático y redentor de Cristo. La mejor forma de agradecer este don es actuar desde el mismo corazón del Buen Pastor. Vivir desde ese corazón significa ser agradecidos, generosos y valientes. Nos impulsa a ser luz en el mundo, aun cuando no siempre seamos comprendidos o aceptados.

Aprendamos a reconocer el sacrificio de otros por nosotros. Descubramos, desde la cruz, que la muerte se transforma en vida eterna, que el dolor es camino de redención, que el amor lo puede todo.

Desde el Sagrado Corazón de Jesús, dejémonos transformar en cálices vivos, dispuestos a construir una sociedad más justa, fraterna y empática, guiada por el amor, el respeto y la misericordia.