Una invitación a seguir caminando desde la Espiritualidad de la Preciosa Sangre
Tras celebrar con gozo la Fiesta Patronal de la Preciosa Sangre, como comunidad nos abrimos a seguir profundizando en los frutos de esta espiritualidad que transforma. Este Triduo de Acción de Gracias (2 al 4 de julio) es una oportunidad para detenernos, contemplar y agradecer el paso de Dios por nuestra historia personal y comunitaria.
Cada día reflexionamos desde una dimensión vital del seguimiento de Cristo:
LLAMADOS A SER PEREGRINOS DE ESPERANZA EN LA SANGRE DE CRISTO
Como ya es de costumbre cada año como congregación celebramos en torno a la fiesta de la Preciosa Sangre cada primero de julio. Este año, deseamos continuar nuestra celebración con un triduo de acción de gracias, reconociendo las bendiciones y frutos recibidos en nuestra espiritualidad y misión.
En el marco del año Jubilar que nos convoca la Iglesia, queremos agradecer por la gracia de ser “Peregrinos de Esperanza”, y desde nuestra Espiritualidad, por ser peregrinos de esperanza en la Sangre de Cristo. Este año se nos llama a ser verdaderos constructores para una sociedad más justa, más solidaria. Este año Jubilar no es simplemente un evento litúrgico, sino que es un llamado a la conversión integral desde lo espiritual y humano.
Nuestro peregrinar durante la vida nos lleva a enfrentar momentos de gozo y dicha, pero también de dolor y desesperanza. Es acá donde se nos llama a caminar en la esperanza de ser constructores para una sociedad más humana, más justa y empática. El compromiso de la evangelización no se puede tomar a la ligera, o cuando “tenga un tiempito”, no, es un llamado urgente que en nuestra libertad requiere lo mejor de nosotros y en cada acción de nuestro diario quehacer.
Peregrinar en la esperanza de la Sangre de Cristo nos exhorta a descubrir desde el madero santo ese amor incondicional de Dios por nosotros y que desde allí salgamos a reconocer dónde se derrama esa Sangre de Cristo en nuestra sociedad, en nuestras familias, en nuestra misma Iglesia. El caminar desde la esperanza en la Sangre de Cristo nos llama a ser verdaderos portadores de vida.
Desde nuestra Espiritualidad le llamamos ser “Cálices de Vida”. Desde acá estamos llamados a caminar y actuar en medio de las dificultades, en medio de los dolores y desesperanza, en medio de la falta de empatía por los demás y en los que más sufren.
Este año se nos llama a salir, a caminar de la mano del Señor portando la bendición de su Sangre Preciosa, ser embajadores de la Buena Noticia, de la esperanza en Dios que por sobre cualquier cosa nos ama, ser discípulos misioneros enamorados del mensaje que portamos, lo que va a significar que desde nuestros mismos actos podamos “predicar con el ejemplo”.
No dejemos pasar la oportunidad de poder gozarnos en este año de gracia, no dejemos que otros hagan la pega que nos corresponde hacer. Seamos activos peregrinos en el caminar de la Iglesia misionera, para que desde nuestro propio sello que nos identifica, seamos ese cáliz en las manos del Señor compartiendo su Sangre de vida y de amor con los demás.
LLAMADOS A SER PEREGRINOS DESDE LA HUMILDAD, PERDÓN Y RECONCILIACIÓN
En este segundo día correspondiente a nuestro triduo, lo hacemos contemplando esa mirada tan divina y humana que nos llama al perdón y a la reconciliación. Salir a la misión ya es una gran responsabilidad, sin embargo, para caminar a paso seguro, para caminar sin un gran peso en la espalda, debemos dejarle a Dios todo lo que nos ata y nos paraliza.
De esto trata el ser buenos discípulos misioneros, de esto trata ser buenos peregrinos de la esperanza en el perdón y en la reconciliación. La humildad es un tesoro que estamos llamados a abrazar en nuestra vida, es un tesoro que el mismo Señor nos muestra cómo vivirlo. Ser humildes en la vida marca a las personas con un sello especial, las hace diferente a los demás, es un atractivo a veces no entendido, es un don de Dios.
¿Todos estamos llamados a vivir este don de Dios? Sí, no es solo para algunos elegidos/as, es para todos, y desde acá se nos llama a vivir el perdón y la reconciliación. Mucha gente dice: el perdón y la reconciliación no es fácil desde lo humano. Sabemos muy bien que no es fácil, sabemos muy bien que esto no es mágico, pero sí sabemos bien que, para ser partícipes de esta gracia de Dios, no podemos solos, siempre hay que dejar que Dios actúe en nuestra vida.
Desde nuestra libertad se nos invita a dar este paso gigante para caminar y peregrinar libres llevando un mensaje de paz y amor. Ser peregrinos de la esperanza requiere que, desde nuestra pequeñez, desde nuestro pecado, aprendamos a tomarnos de la mano de Dios, seguir sus huellas que nos conducirá en la misión. También requiere soltar todo aquello que no nos hace ser libres para llevar el mensaje genuino de parte de Dios.
Desde nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre se nos llama a vivir esta conversión en nuestra vida, se nos invita de manera responsable a ser portadores de la Sangre de Cristo que reconcilia, aquella Sangre derramada que será testigo de esta alianza de amor, y que nos invita a ser partícipes desde nuestro peregrinar misionero para llevar este mensaje a los demás.
La Sangre de Cristo tiene poder para transformarnos en agentes de vida y reconciliación, agentes de paz y de perdón, transformarnos en hombres y mujeres de bien, para que desde esta Espiritualidad podamos aportar en el peregrinar evangelizador e ir en ayuda de la construcción de una sociedad más humana, que se respete y que se reconcilie ante los acontecimientos de la historia, de la vida en relación a los demás y en lo personal.
LLAMADOS A SER PEREGRINOS DE LA ALEGRÍA EN NUESTRA VIDA DE FE
En este tercer día de nuestro triduo de la Preciosa Sangre reflexionaremos desde el llamado a ser portadores de la Buena Nueva en la alegría de nuestra vida de fe. A veces podemos caer en el error de transformar una vida de gozo en una eterna carga pesada. En la vida de fe debemos tomar las cosas de manera madura, sin fantasear ni mucho menos pensar que esto es mágico.
El salir a peregrinar va a requerir esfuerzo y sacrificio, ímpetu y valentía, humildad y sencillez. El ser peregrinos de la alegría nos debe llevar a preguntarnos ¿alegres de qué? y es acá donde debemos descubrir la misión del enviado y nuestra propia misión de vida. Si nos preguntamos ¿soy digno para ser un peregrino de esperanza? puede que digamos que sí, o quizás creamos que no somos dignos.
Primera gran noticia: Somos hijos amados del Padre que nos llama por nuestro nombre a la misión. Eso nos debe llevar a reconocer la dignidad de Hijos en la confianza del Padre.
Segunda gran noticia: cuando se habla desde la fe, desde la sencillez de vida y desde la verdad, somos portadores de la Buena Nueva. Desde un acto humano con cariño mostramos la humanidad amorosa de Dios.
Tercera gran noticia: el cumplir el mandato del amor nos hace libres. Cumplir las normas de la Iglesia le dará sentido a nuestra vida de fe, siempre y cuando las entendamos para el fin establecido.
Entonces, con las condiciones dadas para salir a peregrinar, con la convicción de que Dios nos da una gran responsabilidad porque confía en nosotros, el sabernos dignos hijos del Padre nos debe llevar a salir de manera alegre y gozosa.
En los tiempos actuales estamos llamados a transmitir una fe alegre, una fe contagiosa, una fe que enamore en palabras y actos, que sea transformadora desde la Palabra y en la mirada amorosa de quien la está compartiendo. Estamos llamados a mostrar a Dios como Padre de la Misericordia y del Perdón, y no como un Dios que se enoja a cada rato por nuestras faltas.
Desde nuestra Espiritualidad debemos mostrar el amor de Dios de manera gozosa, comprometidos con la evangelización, de manera que podamos salir al mundo, a pesar de las dificultades de la vida, con un mensaje de esperanza. Y esto es justamente a lo que nuestro querido Papa Francisco nos llamó: a redescubrir la alegría del ser llamados a la misión, redescubrir la alegría del evangelio en su Palabra, que será sinónimo de vida, esperanza y dicha eterna.
Que este triduo nos renueve interiormente y nos impulse a seguir caminando como Peregrinos de Esperanza, portadores del amor de Dios en un mundo herido.
