Hoy celebramos con gozo a Nuestra Señora de la Preciosa Sangre, una fecha significativa para nuestra espiritualidad, en la que contemplamos a María como templo del Espíritu Santo. Ella llevó en su seno al Hijo de Dios y lo acompañó fielmente hasta los pies de la cruz.

En este Año Jubilar, vivimos la gracia y el amor del buen Padre Dios. Como Congregación, nos reunimos en torno a nuestro Templo de la Preciosa Sangre, que reconocemos como “Lugar de esperanza en la Sangre de Cristo”. Y es precisamente María, Nuestra Señora de la Preciosa Sangre, quien encarna esa esperanza. En su ser de Madre, se convierte en signo del cumplimiento de las promesas proféticas: la alianza definitiva sellada con la Sangre de Cristo.

María es portadora de esperanza para todos los pueblos. Es peregrina junto al Dios de la historia, partícipe activa de su plan de salvación y amor. La contemplamos como tabernáculo vivo, como intercesora ante el sufrimiento del mundo, como madre compasiva que sostiene y acompaña.

Este año se nos llama a ser “peregrinos de esperanza”, portadores de la Buena Nueva. Así como María acompañó con ternura y fortaleza la misión de su Hijo, también nosotros somos invitados a caminar con valentía en medio de las realidades que claman por justicia, consuelo y redención.

Que Nuestra Señora de la Preciosa Sangre nos inspire a mirar con los ojos de Cristo a quienes más sufren, a comprometernos activamente con la vida y la dignidad de cada persona, y a ser, como ella, testigos de la esperanza en el corazón del mundo.