Hoy, en la solemnidad de Pentecostés, se cumple la promesa que Cristo hizo a sus apóstoles. En la tarde del día de Pascua, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). La venida del Espíritu Santo en Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don, de manera solemne y con signos visibles. Con ello, culmina el misterio pascual.

El Espíritu que Jesús comunica, crea en el discípulo una nueva condición humana, que lo invita a dejarse acompañar por la gracia de Dios y por los dones que el Espíritu Santo concede. En este Año Jubilar, se nos llama a transformarnos en verdaderos peregrinos de esperanza. La ruta del peregrino implica caminar desde la fe, compartirla con los demás, testimoniar el amor recibido de Dios y ser ministros de su Palabra y enseñanzas.

Ser peregrinos de esperanza no se trata solo de predicar, sino de vivir con alegría el don de la fe y, desde una sonrisa, mostrar el rostro de Dios. Desde nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre, se nos invita a vivir en constante gratitud por el inmenso amor de Dios. Esa Sangre derramada en la cruz es testimonio de una entrega amorosa, sin esperar nada a cambio.

El Espíritu Santo nos colma de bendiciones. Pidamos la alegría de sabernos amados por Dios, de no estar solos, de contar con un Padre que cuida de nosotros y una Iglesia que peregrina por el mundo haciendo el bien.

En una conversación con jóvenes que se preparan para el sacramento de la Confirmación, expresaban su deseo de una “Iglesia más alegre, más colorida”. Y tienen razón. Una Iglesia más alegre nos lleva a vivir de manera distinta nuestras relaciones, nos inspira a testimoniar con gozo la presencia de Dios en nuestra vida y a vivir nuestra espiritualidad con madurez y conciencia del amor que Él tiene por cada uno de nosotros.

Jesús, en sus últimas horas, sufrió y fue flagelado hasta la muerte, pero no quedó allí: ¡resucitó! Ese es el mensaje alegre que estamos llamados a compartir. Seamos peregrinos alegres, portadores de vida, agentes de esperanza y reconciliación. Mostremos con nuestra vida el rostro de un Padre cercano, misericordioso, cariñoso y sencillo.

“Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones con el amor y la alegría de Dios.”