Cada 24 de agosto recordamos la Pascua de nuestra fundadora, Madre María Magdalena Guerrero Larraín, quien con su vida y obra dejó a la Iglesia y a la Congregación Preciosa Sangre un legado de fe, servicio y esperanza.
Este triduo es un camino espiritual que nos invita a contemplar su testimonio desde tres dimensiones fundamentales:
- Mujer templo de Dios y testimonio del amor a la Sangre de Cristo.
- Mujer peregrina en el amor a la Sangre de Cristo.
- Mujer portadora de esperanza.
En cada reflexión, reconocemos cómo Madre Magdalena, en su sencillez y fidelidad, supo mirar a Cristo crucificado y hacer de su entrega un signo de vida para la Iglesia y la sociedad.
Hoy, al recorrer este triduo, se nos invita a dejarnos interpelar por su ejemplo, para que también nosotros podamos vivir como templos vivos, peregrinos de fe y portadores de esperanza en nuestro tiempo.
Nuestra fundadora fue una mujer que, desde su vocación, deseó ser dignamente templo del Espíritu Santo. Su vida se convirtió en un testimonio que nos invita a seguir sus pasos y a vivir con fidelidad el legado misionero que nos ha dejado.
En este Año Jubilar, como congregación hemos celebrado el amor de Dios desde el templo de la Preciosa Sangre en Santiago, lugar de acogida y de vida en comunidad. Pero este templo físico nos remite también a una dimensión más profunda: el templo interior. Madre Magdalena nos recuerda que estamos llamados a ser templos de Dios, a acogerlo en nuestra pequeñez con confianza, agradecimiento y amor.
Al hablar de santidad, muchos piensan que es una vocación reservada solo a los escogidos de Dios. Sin embargo, la fe es un don para todos, y en ella descubrimos que también nosotros estamos llamados a ser templos de Dios. La pregunta no es si somos dignos, sino cómo dejamos que nuestra vida, con gestos de amor, bondad y perdón, dé testimonio del mismo Cristo.
Seguramente Madre Magdalena también se preguntó muchas veces si era digna de hablar de Dios o de dar testimonio de su amor a través de la devoción a la Preciosa Sangre de su Hijo. Y aun con esas dudas, lo hizo con pasión, desde el corazón, contagiando a otros con el amor de Cristo y con la fuerza que brota de la cruz.
Hoy se nos invita a ser verdaderos peregrinos de esperanza, templos vivos en los que otros puedan descubrir la presencia de Dios. Que nuestra vida, al igual que la de Madre Magdalena, sea un espacio abierto al amor y al servicio, testimonio de la cercanía de Cristo y de su Sangre preciosa que redime y transforma.
Peregrinar significa ponerse en camino con un propósito, avanzar con esperanza hacia una meta. Así es también la Iglesia: una comunidad peregrina que camina junto a su tiempo para mostrar el rostro de Dios.
Nuestra vida, de la misma manera, es un peregrinar: crecer, aprender, abrazar lo esencial y descubrir en el trayecto la presencia de Cristo. Madre María Magdalena Guerrero supo vivir su vocación como un camino, contemplando a su amado desde la cruz y aprendiendo en silencio el valor inmenso de ese gesto de amor.
En nuestro caminar encontramos personas que nos marcan por su forma de ser, de pensar y de actuar. Para Madre Magdalena, ese encuentro fue con el Señor. Su contemplación de la cruz llenaba su corazón de gozo y la fortalecía en la espiritualidad de la Preciosa Sangre, que se convirtió en alimento para su vida y misión.
El peregrino necesita nutrirse para seguir avanzando. También en lo espiritual debemos alimentarnos de la fe para poder caminar con firmeza, incluso en medio del cansancio. Así lo entendieron los grandes hombres y mujeres de fe de nuestra Iglesia, y así lo vivió Madre Magdalena, cuyo legado sigue iluminando a la sociedad y a la Iglesia chilena.
Su peregrinar se manifestó especialmente en el cuidado de los enfermos, como lo haría una madre con sus hijos: compartiendo el dolor, acompañando en los momentos difíciles y estando siempre presente. De esta forma, reflejó también el rostro maternal de la Virgen María, a quien tantos peregrinan en busca de consuelo, esperanza y gratitud.
En la vida y obra de Madre María Magdalena descubrimos una invitación a peregrinar en el amor a la Sangre de Cristo. Ese signo de amor y entrega de Jesús en la cruz es el centro de su espiritualidad, y nos anima hoy a caminar con fe, esperanza y caridad en nuestro propio peregrinar.
En este Año Jubilar, el Papa Francisco nos ha recordado la tarea de ser peregrinos de esperanza, llamados a experimentar en nuestra vida la certeza de que Dios nunca nos abandona.
Cada persona tiene su propio proyecto de vida; las familias comparten proyectos comunes; las naciones buscan el bienestar de sus pueblos. También Jesús tuvo un proyecto: mostrar el rostro del Padre y redimirnos con su Preciosa Sangre. Ese camino lo llevó hasta la cruz, donde nos enseñó que la vida cristiana está marcada por el dolor, pero sobre todo por la alegría de sabernos hijos amados de Dios.
La vida de Madre María Magdalena Guerrero estuvo marcada por esta misma esperanza: transmitir el amor de Dios a todos, desde su consagración y desde las obras que realizó con fidelidad y entrega. Fue una mujer que supo mostrar que el sacrificio de la cruz no es derrota, sino fuente de vida y dignidad para todos.
En estos días hemos recordado a nuestra fundadora como mujer templo de Dios y como peregrina en el amor a Cristo. Hoy la contemplamos como mujer portadora de esperanza, que confió siempre en la promesa de un Dios que no nos deja solos, que acompaña y sostiene a sus hijos con amor infinito.
Ser portadores de esperanza es atrevernos a hablar de Dios, a mostrarlo con nuestra vida y a actuar desde la fe, aun sabiendo que no siempre seremos comprendidos. Jesús mismo enfrentó la incomprensión y las críticas, y nos enseñó a no temer cuando caminamos con Él.
Madre Magdalena fue una mujer valiente, que cumplió sus sueños junto al Señor y mantuvo firme la esperanza en la cruz que da vida. Que su ejemplo nos anime a vivir nuestra fe con la misma confianza y a ser testigos de la esperanza que nace de la Sangre preciosa de Cristo.