Al celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, nos gozamos en sabernos hijos profundamente amados por Dios. Esa manifestación de amor y cercanía del Padre se nos regala de manera especial en la persona de María, nuestra Madre.

Concluimos un tiempo marcado por la oración y la plegaria mariana, un mes en el que, como hijos, nos hemos reconocido siempre necesitados de su presencia y de su auxilio. María es quien nos conduce a su Hijo; es ella quien nos revela el rostro de Jesús y nos enseña a acoger la voluntad de Dios en la vida cotidiana.

Las promesas del Señor se cumplen, muchas veces de manera sorprendente. Dios se sirve de lo pequeño, de lo sencillo, de aquello que el mundo considera insignificante, para obrar maravillas. En este contexto, el “sí” de María abre las puertas a la salvación que toda persona espera y anhela. Su respuesta confiada es también una invitación permanente: a través de nuestra vida, Dios sigue actuando y salvando.

Este es el llamado que resuena con fuerza en este Año Jubilar: ser peregrinos de esperanza, de amor y de vida. En este camino, María se presenta como un modelo cercano y concreto. Seguir sus huellas nos lleva a contemplar a Cristo desde la fragilidad de su nacimiento hasta la entrega total de la cruz.

Peregrinar con María no es un camino fácil ni idealizado. Es un caminar que cansa, que exige, que muchas veces nos hace caer, como cayó su Hijo bajo el peso de la cruz. Pero en cada momento de debilidad, ella permanece, alentándonos a continuar, a no rendirnos, a avanzar hacia las metas y desafíos que nos conducen a la verdadera felicidad.

Al rezar la Oración Inicial del Mes de María proclamamos:“En este mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y esperanzados.”

Es una oración profunda y, al mismo tiempo, un gran desafío para la vida cristiana. Humildad, caridad, paciencia y esperanza: virtudes que marcan el camino de quienes desean seguir los pasos de María.

Si alguien se pregunta cómo vivir este seguimiento, la respuesta es clara: caminar desde la humildad y el amor, confiando nuestra vida a Dios y tomados de la mano de nuestra Madre. Al celebrar la Inmaculada Concepción, estamos invitados a mirar nuestro quehacer cotidiano y descubrir a María presente en él.

  • ¿Cuántas veces nos ha guiado para caminar con mayor seguridad?
  • ¿Cuántas veces nos ha consolado en los momentos de fragilidad?
  • ¿Cuántas veces nos ha ayudado a enfrentar nuestros miedos?

Seguramente muchas. Esa es la promesa de Dios: no peregrinar nunca solos, sino siempre acompañados por María, nuestra buena Madre, que camina con nosotros y nos conduce al encuentro con su Hijo.